Back to the Beginning – La Última Noche del Príncipe de las Tinieblas, Ozzy Osbourne y Black Sabbath.
- Luis Guevara
- Jul 9
- 6 min read
Back to the Beginning – La Última Noche del Príncipe de las Tinieblas, Ozzy Osbourne y Black Sabbath
Pocos artistas —o quizá nadie más en este mundo— han tenido la oportunidad de despedirse de los escenarios, de su legado, de sus amigos, compañeros y familia como lo hizo Ozzy Osbourne este sábado 5 de julio en Birmingham, durante su propio funeral eléctrico: Back to the Beginning.
Esto no fue un festival de metal cualquiera. Fue un homenaje viviente a Ozzy y a la banda que lo inició todo: Black Sabbath. Un agradecimiento multitudinario de todas las bandas que beben directo de su sombra. Me atrevo a decir que el 100% del metal le debe algo a Sabbath.
Un acontecimiento del universo del metal que se sentirá durante generaciones. Estoy seguro de que este concierto se recordará como uno de los más grandes en la historia: a la altura de Live Aid, del tributo a Harrison, incluso de Woodstock.
Simplemente perfecto.

Calentando Motores
El verano de Sabbath llevaba semanas en ebullición en Birmingham. La orgullosa cuna del heavy metal desplegó su alfombra morada para recibir a sus hijos pródigos. Los bares adornados con globos violetas, banderas negras ondeando; murales por cada esquina. Las calles repletas de camisetas desgastadas, chamarras vaqueras, maquillaje corrido. El ambiente era el de una final de Copa del Mundo… pero para los fans del metal.
Desde la estación de New Street ya se respiraba el carnaval. Los fans se congregaban bajo el puente del mural de Black Sabbath, ese que Ozzy y los suyos firmaron días antes. La icónica banca pública con los rostros esculpidos de los integrantes servía como altar y punto de encuentro.
Con la producción de Tom Morello —el monje riff de Rage Against the Machine— y el amor absoluto de Sharon Osbourne, su compañera de vida, curaron un line-up de ensueño: más de nueve horas de metal en Villa Park, como una sinfonía de despedida para una era.
El show fue benéfico. Los ingresos se repartirán entre Cure Parkinson’s, el Birmingham Children’s Hospital y Acorn Children’s Hospice. Ozzy, por su parte, cantó desde una silla, afectado por la enfermedad de Parkinson. Pero eso no le impidió hacer historia. Se recaudaron más de 190 millones de dólares entre boletos, merch y el livestream… que es como yo lo viví.
Y vaya que lo viví.
El escenario era giratorio, con doble cara: mientras una banda tocaba, la siguiente ya se preparaba tras bambalinas. Cada artista interpretó de dos a cuatro canciones originales y un cover de Sabbath u Ozzy. Morello, además, ensambló supergrupos con músicos que estaban ahí, más varios invitados sorpresa. Un desfile de dioses del metal.
Y se encendió el infierno
El maestro de ceremonias fue Jason Momoa, mitad actor, mitad devoto del metal. Abrieron Mastodon y luego Rival Sons, que soltaron un cover demoledor de Electric Funeral.
Después vino Anthrax, ejecutando como si fuera su última noche en la Tierra. Luego Halestorm, banda que no conocía, liderada por una Lizzy Hale poderosa y sin miedo. Fue la única mujer en el cartel. Y se comió el escenario.
Entró Lamb of God con una versión de Children of the Grave que parecía haber sido escrita para ellos.
La primera super banda destrozó con Sweet Leaf y remataron con Changes de Ozzy, interpretada por Yungblud. Pocas veces me he puesto tan chinito. Lo hizo suyo. Lo hizo eterno.
Y entonces llegaron dos niños al escenario. Era Roman Morello y Revel Ian, hijos de Tom Morello y Scott Ian. Presentaron Mr. Crowley. Sonó un video: ellos mismos, con Yoyoka Soma en batería, Hugo Weiss en teclas y Jack Black en personaje de Ozzy, recreando aquel performance clásico con Randy Rhoads. Jack levantando a Roman como Ozzy levantaba a Randy. Me quebré. Lloré.
Luego Alice in Chains y Man in the Box, una pieza fundacional del grunge y el metal noventero. Después Gojira, los franceses olímpicos del metal moderno. Cada uno representaba una era.
La segunda super banda inició con un tributo a los bateristas. “La batería es el alma del metal.” Subieron tres leyendas: Danny Carey (Tool), Chad Smith (RHCP) y Travis Barker (Blink-182). Hicieron un drum-off guiado por Morello. Travis fue un demonio con baquetas. Chad, algo flojo. Pero Danny demostró que no era de este mundo.
Billy Corgan sorprendió con Breaking the Law de Judas Priest. No sabía que podía cantar así. Luego, Sammy Hagar subió con Flying High Again.
Pero la joya del set: Steven Tyler (Aerosmith), Travis, Ron Wood (Rolling Stones), Morello y Rudy Sarzo tocaron Train Kept A-Rollin, Walk This Way y Whole Lotta Love. Una tormenta sónica. Steven, a sus 77 años, cantó como si su vida dependiera de ello.

Y luego… Pantera. Zakk Wylde, el guitarrista que heredó el fuego de Dimebag Darell, se paró ahí como si el tiempo no hubiera pasado. Tocaron Cowboys from Hell, Walk, Planet Caravan y Electric Funeral.
Tool se presentó, grabado y transmitido solo por esta ocasión especial. Slayer reventó con Raining Blood. Y luego llegó lo que menos esperé: Guns N’ Roses, con un Axl desafinado, atropellado, desconectado. Fue lo único que no encajó.
Pero Metallica vino a salvar el momento. Tocaron Hole in the Sky y Johnny Blade, y luego Battery y Master of Puppets.
“Sin Sabbath no habría Metallica,” dijo James Hetfield. “Gracias por darnos un propósito en la vida.”
La Última Cena de Ozzy
Y por fin… el trono se alzó. El escenario se partió en dos. Apareció Ozzy desde el suelo, como un dios que no quiere morir.
“¡Quiero escucharlos! ¡No puedo escucharlos!” gritó.
Y empezó I Don’t Know. Ozzy y Zakk Wylde, juntos una última vez. Ozzy con traje negro brillante, una tira dorada en el brazo con su nombre, una taza de té a un lado. Sentado, pero inmortal.
“Es tan bueno estar en este maldito escenario que no tienen idea.”
Mr. Crowley retumbó. Las emociones eran tangibles, el aire denso, los ojos húmedos. Ozzy alzó los puños. Melancolía, júbilo, despedida. Todos lloramos.
“Los amo a todos.”
Siguió Suicide Solution. Luego agradeció a Sharon, a Morello y a su público por todos estos años.
Mama I’m Coming Home se sintió como una carta desde el más allá. Estaba de regreso, sí, pero para despedirse. Para cerrar el círculo.
“¡All aboard!” gritó, y sabíamos lo que venía. Crazy Train estalló. El estadio brincó, los videos de Randy Rhoads en las pantallas. Una fiesta, un funeral, una celebración. El ciclo se cerraba.
Black Sabbath – Y la oscuridad fue hermosa
Después del set de Ozzy como solista, el universo se alineó. Black Sabbath. Los verdaderos creadores del metal. Los que forjaron el sonido oscuro, espeso, satánico, rebelde, brillante. El Big Bang del heavy.
Un video recorrió la historia de la banda. El escenario giró. Lluvia. Campanas. Alarmas.
Y ahí estaban: Tony Iommi, Geezer Butler, Bill Ward y el mismísimo Ozzy. Sonó War Pigs. La tierra tembló. N.I.B. nos devolvió a las raíces. Y entonces…
“Iron Man”.
Y finalmente, Ozzy alzó la voz:
“Esta será nuestra última canción para siempre. Gracias por su apoyo. Gracias desde lo más profundo de mi corazón. Los amamos. Sigue una canción llamada Paranoid.”
“¡Go fuckin’ crazy!”
Y lo hicimos. Saltamos. Gritamos. El estadio explotó. Ozzy golpeó el suelo con fuerza. Iommi desgarró su SG una vez más.
Luces. Fuegos. Confeti. Un pastel. Ozzy rodeado de su familia de sangre y distorsión.

La Eternidad Tiene un Nombre
Ozzy se despidió. De la música. De los escenarios. De nosotros.
Pero en realidad… no se va.
Porque mientras haya una guitarra distorsionada, un adolescente incomprendido, un riff oscuro, un moshpit en la madrugada, una voz ronca que diga “all aboard”, Ozzy seguirá vivo.
Porque hay artistas que llenan estadios.
Y hay otros que fundan universos.
Y Ozzy fue ambos.
Para siempre.
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