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THE WEEKND | DAWN FM

Updated: May 20

Dawn FM: El viaje brillante, imperfecto y ambicioso de The Weeknd


Abel Tesfaye —alias The Weeknd, alter ego de un crooner post-apocalíptico atrapado en una cinta de VHS ochentera— tenía una montaña que escalar. Y la había construido él mismo. After Hours fue dinamita digital. Blinding Lights, su himno retro-futurista, no solo lo catapultó al olimpo del pop: se volvió parte del tejido mismo de esta década.


Y ahora, con Dawn FM, nos lanza por un túnel sónico, una estación de radio fantasma donde los locutores son filósofos existenciales y Jim Carrey —sí, el Jim Carrey— es el DJ de nuestra resurrección emocional.


La intro lo deja claro: este disco no es solo música, es tránsito. Una sala de espera entre la vida y lo que venga después. “Dawn FM” nos recibe con una progresión armónica deliciosa, hipnótica, como si Giorgio Moroder hubiese meditado en una montaña japonesa. Y justo cuando te acomodas, empieza “Gasoline”, y estás atrapado.


La primera mitad del disco es fuego en cámara lenta: una mezcla elegante de nostalgia ochentera y producción milimétrica. Todo lo que podría sonar forzado —la estética vintage, los synths brillosos, la melancolía embotellada— aquí fluye con naturalidad quirúrgica. El pulso detrás de esto se llama Max Martin, el rey invisible del pop moderno, acompañado por su discípulo de sangre nueva, Oscar Holter. Juntos, moldearon “Blinding Lights” y aquí vuelven a jugar con las reglas para doblarlas sin romperlas.


“How Do I Make You Love Me?” y “Take My Breath” son joyas brillantes y sudadas. Bailables, oscuras, perfectas. Con melodías pegajosas que se clavan como refranes modernos. Max se sale un poco del molde, pero su firma sigue ahí, flotando. Holter lo acompaña como si hubiera nacido para esto. Y Abel, en medio, canta como si estuviera parado frente al espejo más honesto de su vida.


Entonces llega “A Tale By Quincy”. Y el disco se pausa. Quincy Jones, el alquimista detrás de Michael, Sinatra y otros dioses, cuenta una historia sobre su madre, el abandono, el trauma. Es personal. Íntimo. Y no es música: es alma.

Después de eso… algo se enfría.


La segunda mitad del disco cae en una especie de penumbra. Baladas lentas, introspectivas, que si bien tienen intención y textura, se sienten más como tránsito que como destino. No aburridas, pero sí más densas. “Here We Go… Again” con Tyler, The Creator da un poco de aire fresco. Y “Every Angel Is Terrifying”, con su tono de anuncio distópico, es una joya conceptual: un interludio disfrazado de performance art.


Y luego aparece un último rayo de luz: “Less Than Zero”. Una balada disfrazada de hit, sencilla, melancólica, con guitarras acústicas que suenan como amanecer después de una noche de excesos. Es simple, pero en esa simpleza hay precisión quirúrgica. Los synths suben, bajan, acarician. Y esa escala ascendente antes del coro... ¡diablos, qué buen truco!


Dawn FM no es After Hours. No lo necesita. Es más cerebral, más concepto que explosión. No tiene un “Blinding Lights” para romper fronteras, pero no intenta repetir la fórmula, y eso se agradece.


Este disco es una cápsula sonora pensada para escucharse completa, como una película de ciencia ficción emocional.Un álbum que camina entre la luz neón del pasado y la sombra de la mortalidad con un ritmo envolvente.


Tal vez no sea lo más grande que ha hecho Abel. Pero es, sin duda, uno de sus trabajos más valientes, redondos y artísticamente ambiciosos.


Y sí. Mientras Max Martin siga tocando esos botones invisibles del pop, seguiremos escuchando a The Weeknd por mucho, mucho tiempo más.




 
 
 

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